Eso me contaba el abuelo de él, del señor Voro, que se convirtió en un pajarico de los que no emigran cuando sus ojos mueren; que ya no se acercaba a cal Lorente a buscar el calorcito del vino tinto y la patata hervía de los atardeceres, cuando echaba el oscuro telón el cielo sobre la tierra entreabierta; que ya no había para él ni bresca ni julepe, ni pecado furtivo ca La Carbonera, ni nadená…
…Muy de tarde en tarde, aunque siempre por navidad, bajaba la Amparito desde Valencia a hacerle compañía un par de días…
Y le traía mistela y muchas más cosas, y le daba calor, y le llamaba pare, y hablaba con él chau chau chau un lenguaje que no entendía ni dios.
Sólo entonces, para compartir esa mistela con alguien y demostrarle a la hija que sí tenía amigos, que no estaba tan solo, llamaba al abuelo, y bajo la parra desnuda, sentados en el poyete encalado, se pasaban el porrón, y reían, y el tío Voro, mirando la jaula del jilguero, puesta en la alcayata de la fachada para que recibiera la caricia del solecico de la tarde, decía que no, que no se dice cagarnera, tío Marín, que es cadernera, que viene de carduelis, un latinajo, creo…
…Ayer tarde, paseando por esta vereda del Voro, mi perro y yo entramos en su casa.
Dentro no había lumbre alguna, sólo ceniza… Pero mis recuerdos dejaron sobre el tejado una estrella pálida… Y un porronico de vino dulce bajo la parra. Para dos.
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