sábado, 3 de xuño de 2023

Döstädning

 Cuando Margareta Magnusson (Gotemburgo, Suecia, 89 años) se puso a vaciar la casa de su padre tras la muerte de este, encontró en el fondo de un cajón del escritorio del despacho en el que había trabajado como médico a lo largo de toda una vida un enorme paquete. Era un bloque de arsénico. “Supongo que, en tiempos de guerra, era algo que la gente tenía en casa en caso de necesidad”, explica Magnusson, desde Estocolmo y por videollamada, a EL PAÍS. El bloque de arsénico llevaba en aquel cajón desde la II Guerra Mundial, cuando la familia temía la invasión de los nazis. Y ahí se quedó durante más de 30 años. Magnusson no tenía muy claro qué hacer con aquello. El arsénico, desgraciadamente, no venía con una etiqueta informativa que indicase a qué contendedor debía tirarse. Finalmente, decidió llevárselo a su farmacéutico de confianza que, aunque se quedó un tanto perplejo al ver aquel bloque de veneno, se hizo cargo de él.

“Mi madre, en cambio, era una mujer muy ordenada, sabia y realista”, explica Magnusson. Pasó una larga temporada enferma antes de morir. Cuando Magnusson comenzó a vaciar su casa tras su partida, encontró una serie de notas prendidas entre su ropa y sus objetos que indicaban qué debía hacer con todo aquello. Había algunos paquetes dispuestos para donar a la beneficencia, algunos libros que devolver a sus propietarios o un traje antiguo que llevar al Museo de Historia, con una nota sujeta con un alfiler en la solapa, donde incluso figuraba el nombre de la persona a la que debería contactar. “Aquello fue un alivio y, en cierta forma, sentí como si mi madre todavía siguiera allí conmigo, guiándome y ayudándome durante todo aquel proceso”, relata. En aquella ocasión, vaciar el hogar de posesiones y recuerdos le resultó un proceso mucho más sencillo y, por fortuna, no requirió ninguna visita a su farmacéutico.

Artigo en EP (03.06.2023)

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