- ¡Tomad! ¡Tomad rosas!
Dogan murió, y su palacio es hou ruina cubierta de hiedra en los herbazales de la Irlanda centras. Pero no se pueden pasear aquellas ruinas sin riesgo, pues los visitantes acaban por oír la risa contagiosa de Dogan y ríen a su vez, o escuchan los cantores de antaño y se entusiasman como se entusiasmaba el gran Dogan el Rojo, y gritan, brincan, hacen mil locuras.
Cuenta Stranchey de una visita que unos parientes de lord Palmerston hicieron a las ruinas del palacio de Dogan. Eran unos graves victorianos, pero no pudieron resistir la seducción del lugar. Unos comenzaron a reírse y contagiaron su risa a los otros, alguien gritó y una lady se descalzó y tiró sus zapatos al aire; finalmente todos gritaban, reían, corrían de aquí para allá y Mr. James S. Woodmere, profesor de Teología y miembro del Parlamento, se lanzó a comer hierba. Habían oído reír a Dogan y cantar a sus músicos. Un caso de tarab entre los más serios ingleses que haya habido nunca.
Cunqueiro: "Tarab" (O reino da chuvia, p. 401-402 [11.12.1960])
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