sábado, 6 de marzo de 2021

Tarab: Dogan el Rojo

 Los celtas de Irlanda tuvieron un rey llamado Dogan el Rojo. Era muy aficionado a la música, y en las largas noches invernales -en esas noches en las que la tempestad atlántica impedía que los piratas, los normando, los hombres del Norte, arribaran a las costas-, reunía cien arpistas en palacio. Si entonces había un cantor que traía de lejos una canción nueva, Dogan se entusiasmaba, reía, gritaba, se tiraba al suelo, lanzaba al aire las antorchas con riesgo de quemar el palacio y, cogiendo en el estrado el cojín bermejo, lo desgarraba y derramaba la irreprochable lana sobre la cabeza de los huéspedes gritando:

- ¡Tomad! ¡Tomad rosas!

Dogan murió, y su palacio es hou ruina cubierta de hiedra en los herbazales de la Irlanda centras. Pero no se pueden pasear aquellas ruinas sin riesgo, pues los visitantes acaban por oír la risa contagiosa de Dogan y ríen a su vez, o escuchan los cantores de antaño y se entusiasman como se entusiasmaba el gran Dogan el Rojo, y gritan, brincan, hacen mil locuras.

Cuenta Stranchey de una visita que unos parientes de lord Palmerston hicieron a las ruinas del palacio de Dogan. Eran unos graves victorianos, pero no pudieron resistir la seducción del lugar. Unos comenzaron a reírse y contagiaron su risa a los otros, alguien gritó y una lady se descalzó y tiró sus zapatos al aire; finalmente todos gritaban, reían, corrían de aquí para allá y Mr. James S. Woodmere, profesor de Teología y miembro del Parlamento, se lanzó a comer hierba. Habían oído reír a Dogan y cantar a sus músicos. Un caso de tarab entre los más serios ingleses que haya habido nunca.

Cunqueiro: "Tarab" (O reino da chuvia, p. 401-402 [11.12.1960])

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