xoves, 26 de abril de 2018

Cántico espiritual: canciones 14 y 15

 Esposa: Mi Amado, las montañas,


los valles solitarios nemorosos,

las ínsulas extrañas,

los ríos sonorosos,

el silbo de los aires amorosos.


La noche sosegada

en par de los levantes del aurora,

la música callada,

la soledad sonora,

la cena que recrea y enamora.


sábado, 21 de abril de 2018

Antonio Fillol: A besta humana (1897)

Mineiros sudafricanos

 Esta serie de fotos que foi tirada por Robert Harris (ca. 1883-1888) e agora pertence á colección da Universidade de Yale documenta o que se chamou "Sistema Kimberley de Rexistro" para localizar diamantes agachados no corpo dos traballadores dos mineiros unha despois de saíren da mina. O traballador está completamente espido.

Ten os brazos erguidos para mostrar que non esconde nada nas axilas. Nótese que o buscador, tamién negro, tamén está espido agás unha camisa atada á cintura. Examinábanse a boca, o ano, o prepucio, todas as enrugas e pregues, coa axuda dunha vela que revelase o brillo dos diamantes. O método, caro e ineficaz, foi substituído a principios do século XX polos raios X, e na actualidade aínda se seguen a practicar estes rexistros con axuda de escáneres corporais.


venres, 20 de abril de 2018

Crónicas marcianas

Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas, la escarcha empañaba los vidrios, el hielo adornaba los bordes de los techos, los niños esquiaban en las laderas; las mujeres, envueltas en abrigos de piel, caminaban torpemente por las calles heladas como grandes osos negros. Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire tórrido, como si alguien hubiera abierto de par en par la puerta de un horno. El calor latió entre las casas, los arbustos, los niños. El hielo se desprendió de los techos, se quebró, y empezó a fundirse. Las puertas se abrieron; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres se despojaron de sus disfraces de osos; la nieve se derritió, descubriendo los viejos y verdes prados del último verano. El verano del cohete. Las palabras corrieron de boca en boca por las casas abiertas y ventiladas. El verano del cohete. El caluroso aire desértico alteró los dibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la obra de arte. Esquíes y trineos fueron de pronto inútiles. La nieve, que venía de los cielos helados, llegaba al suelo como una lluvia cálida. El verano del cohete. La gente se asomaba a los porches húmedos y observaba el cielo, cada vez más rojo. El cohete, instalado en su plataforma, lanzaba rosadas nubes de fuego y calor. El cohete, de pie en la fría mañana de invierno, engendraba el estío con el aliento de sus poderosos escapes. El cohete traía el buen tiempo, y durante unos instantes fue verano en la tierra...

A música calada, a soedade sonora