La novela suya que más me enamora y me perturba es El temblor de la falsificación. Pero todas, o casi todas, son apasionantes. Y se inventó en varias de ellas a Tom Ripley, fulano absolutamente inquietante, amoral, buscavidas, capaz de matar sin el menor remordimiento cuando se siente acorralado, maestro del disfraz emocional y de la estafa, alguien tan turbio como temible. Lo encarnaron en el cine actores tan dispares como Delon (que sí, que era bellísimo pero excepto en las películas de Melville no le aguantaba), un acelerado y drogota Dennis Hopper, el siempre convincente Matt Damon y el sinuoso y sofisticado John Malkovich.
Y retorna Ripley en una osada apuesta de Netflix, ese certificado de mediocridad y clonismo al gusto popular, pero que también se permite el lujo de financiar productos con calidad. Y flipas con las pretensiones y el resultado estético de esta serie. Está rodada en tiempos donde solo se valora el color con un exquisito blanco y negro, capaz de recordarte el más insigne álbum de fotografías. Filmando Roma, Nápoles, Palermo y Venecia con una hermosura acongojante. Y luego, dale que te pego con infinitas escaleras para mostrarte el abismo mental del protagonista. Y dale que te pego con Caravaggio, asesino, genio, maestro de la luz, para que entiendas la complejidad mental de Ripley.
Artigo completo en El País, aquí
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