martes, 1 de agosto de 2023

Dime musa, ¿por aquí andaba Helena?: una visita a Troya con la ‘Ilíada’ bajo el brazo

Busco con dedos temblorosos el canto XXII (no se trata de leer íntegros los 15.700 versos de la epopeya, que llevaría más de un día y aquí cierran de noche) y el relato del duelo entre Aquiles, de pies ligeros, y Héctor, de tremolante penacho en el reluciente casco. Es fácil imaginar al padre y la madre del segundo, los reyes Príamo y Hécuba, y a la mayoría de los troyanos, siguiendo con el corazón en un puño el combate desde el mismo lugar en que estamos. Aquiles mata a Héctor, que se ha debatido entre el valor y la cobardía, frente a las Puertas Esceas de Troya, el gran escenario de la ciudad, clavándole en el cuello su legendaria lanza, la única pieza de su panoplia original que conserva tras perder el resto a manos de los aqueos su amigo Patroclo junto con la vida. Precisamente Héctor lleva la armadura de Aquiles, de la que ha despojado a Patroclo tras matarlo. Y Aquiles conoce el punto débil de esa armadura, que era la suya. La punta de bronce de la lanza de fresno fue a salirle por la nuca a Héctor, que cayó en el polvo. Tras despojar al cuerpo de sus armas ensangrentadas (o más bien recuperarlas), Aquiles, “semejante a Ares”, leo en voz alta entre las piedras historiadas, “le horadó los tendones de los pies entre el talón y el tobillo, pasó correas por los agujeros y amarró el cadáver a la trasera del carro, subió a él y fustigó los corceles, que partieron velozmente”.


Y sigo, subiendo el tono: “Y así fue arrastrado el Priámida Héctor entre gran polvareda, y se manchaban los negros cabellos del héroe muerto, y hundióse en el polvo aquella cabeza antes tan hermosa que Zeus había entregado a los enemigos para que fuera ultrajada en su misma patria. Y su madre, viéndole así, se arrancaba los cabellos, y desprendiéndose de su hermoso velo para desgarrarlo, gemía y sollozaba tristemente. El padre se lamentaba llorando, y todos los moradores de la ciudad gritaban y lloraban como si ya Ilión fuese devorada por el fuego”. [...]


La fuerza de las palabras de Homero en la mágica atmósfera de la ciudad que inmortalizó: Troya, Ilión. La de las anchas calles y los sólidos muros. La ciudad de la que el propio Zeus, padre de los dioses, el que agrupa las nubes, dice: “Pues de todas las ciudades que hay bajo el sol y el cielo estrellado habitadas por hombres que viven en la Tierra, nunca ha habido una más próxima a mi corazón que la sagrada Ilión”. [...]


Leer páginas de la Ilíada en las murallas de Troya, ¿hay mejor anhelo para satisfacer? Donde Homero describió a Helena identificando los héroes aqueos para Príamo; a Astianacte en brazos de su madre, Andrómaca, llorando ante el aspecto terrible de su padre, Héctor, con yelmo; a la misma Andrómaca desolada ante el espectáculo de su marido arrastrado en el carro de Aquiles. Teichoskopia, otear desde la muralla, lo llaman. A las ruinas de la ciudad, que vaya por delante son una maravilla y no decepcionan en absoluto (aunque son complejas de interpretar), se llega en coche desde Estambul ―donde es muy recomendable visitar su renovado y espléndido Museo Arqueológico (cerca del palacio de Topkapi), que tiene una iluminadora sala dedicada a Troya― en unas cuatro horas. La carretera es excelente (al final hay que tomar algunos caminos locales). Se viaja como en un sueño y los paisajes que se recorren están llenos de metáforas del destino que nos aguarda. Los cargueros en el mar de Mármara que bordeamos, negros y cóncavos, sugieren la gran flota invasora de los aqueos que entró en el Helesponto desde el Egeo y tras doblar el promontorio del Sigeo se presentó en la bahía de Troya en plan a por ellos. En el canto II de la Ilíada (versos 485 a 785) se ofrece el famoso Catálogo de las Naves, un listado del contingente atacante, formado por un heteróclito conjunto de reyes y jefezuelos griegos bajo el mando (discutido) de Agamenón, “pastor de hombres”, el Iliá Ehrenburg de los aqueos (“no dejéis que uno solo se libre de morir a nuestras manos, ni el niño que la madre lleva aún en el vientre, que todos los habitantes de Troya perezcan y que nadie les llore”), hermano del agraviado Menelao, esposo de la raptada Helena, al que Homero tiene el buen gusto de no denominarlo “de renombrados cuernos”. Se enumeran 1.186 naves bajo el mando de 44 caudillos. [...]


Aquiles es central, recuerda Alexander, en la Ilíada, que se abre con su célebre cólera, su enfado algo rabieta con Agamenón por un quítame allá esa esclava, y se acaba con su vuelta al combate por la ira a causa de la muerte de Patroclo (su camarada y su philos hetairo, su querido), su duelo furioso con Héctor y el retorno del maltratado cadáver para su funeral tras la conmovedora súplica del rey Príamo a los pies del vencedor. Es Aquiles protagonista de escenas terribles ―abundantes en el poema en el que se detalla la muerte de unos 250 guerreros, tres veces más troyanos que aqueos―: Polidoro aguantándose con las manos los intestinos que se le salen por la herida infligida por la lanza del héroe; Tros, hijo de Alástor, suplicando piedad a los pies del terrible guerrero antes de que este le atraviese con la espada el hígado y se lo arranque; Deucalión inmóvil viendo ante sí la muerte y al que “Aquiles le cortó con la espada la cabeza, que cayó sin salirse del casco, brotó la médula de las vértebras y el troyano quedó tendido en el suelo”. Pero es también Aquiles, nos dice la autora, un personaje extraño en la obra, que lucha en una guerra que no tiene sentido para él y siendo muy consciente de que su mejor opción, por otro lado imposible, no es la gloria sino regresar vivo a casa. El retrato curiosamente concuerda mucho con el del Aquiles cabizbajo y hastiado de sangre de Brad Pitt en la justamente vilipendiada (¡la muerte de Agamenón, que borra de un plumazo la Orestíada!), pero con muchas cosas buenas, Troya, de Wolfgang Petersen.

Jacinto Antón: Artigo completo en EP (01.08.2023)

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