sábado, 1 de xullo de 2023

Historia de Yoichiro Yamada

 “Debe ser uno de estos”. David López Canales (Madrid, 43 años) señala los bancos de piedra de la plaza de Oriente mientras buscamos, como entre tumbas, el que sirvió de último lecho a Yoichiro Yamada, un japonés descendiente de samuráis que, enfermo de flamenco, llegó a España en 1985 para cumplir su sueño y murió en 2006 en la indigencia, en un banco frente al Palacio Real. Consideraba que había fracasado en su intento de convertirse en un gran guitarrista, a la altura de su admirado Víctor Monge Serranitoy así no podía regresar a Japón. 

López Canales sigue sus pasos en El tigre y la guitarra (Pepitas de Calabaza), un apasionante libro que nació mientras investigaba el viaje en sentido contrario de los flamencos que emigraron en los sesenta al país del sol naciente para hacer fortuna, explica este periodista de vocación que nunca ha querido tener un trabajo convencional. “A mí lo que me gusta es contar historias, no los empleos con traje y horario de oficina. Las hojas de Excel me parecen una de las mayores aberraciones creadas por el ser humano”, asegura.

Por otro lado, la imagen daría para el comienzo de una novela policiaca: un japonés aparece muerto en la Plaza de Oriente, uno de los grandes focos turísticos de Madrid. Sin embargo, Yoichiro Yamada no fue ningún personaje de ficción, sino una persona de carne y hueso. Un apasionado del flamenco que se dedicó en cuerpo y alma a la sonanta, hasta que su vida fue tomando una deriva fatal de penuria y desamparo. Y esa es la historia que David López Canales ha querido contar en su libro El tigre y la guitarra. [...]

López Canales fue averiguando cosas. Por ejemplo, que Yamada, que desde joven estaba familiarizado con la guitarra clásica, un buen día vio a Paco de Lucía en televisión, actuando en su primera gira por el país del Sol Naciente, allá por 1972. “Su hermana le dijo que viera aquello, y quedó hipnotizado: el flamenco le cayó como un rayo”, dice el periodista.

Pero el asombro ante el genio algecireño no fue nada en comparación con la fascinación que le produjo el descubrimiento, a mediados de los años 70, de Víctor Monge ‘Serranito’, cuyos discos entonces veían la luz en Japón antes incluso que en España. “Lo venera como a los dioses”, afirma el autor del libro.

Al parecer, Yamada estaba vinculado con la cultura samurai, que según el autor de El tigre y la guitarra tiene mucho que ver con el flamenco, desde cierta ceremoniosidad al uso de las dos katanas, que puede trasponerse a la guitarra, con la necesidad de que cada mano adquiera una destreza distinta.

Unos años después de descubrir a Serranito, en una de sus frecuentes giras, Yamada acompaña al maestro en taxi al aeropuerto, y éste le da un papel con sus señas en Madrid, animándolo a que lo llame si alguna vez cae por allí. El japonés se lo toma al pie de la letra, Serranito se encariña con él, pero también se convierte en un discípulo un tanto obstinado.

Yamada pone todas sus energías en tocar la guitarra, compra varias hasta tener una colección de valor considerable. Pero muy pronto comienza su caída en picado. Primero, la expulsión de la habitación que alquilaba, con todos sus libros y discos de flamenco tirados a la basura por su casera. Luego, la necesidad de dormir en la tarima de la academia de baile de Amor de Dios, en Antón Martín, o en casa de amigas bailaoras. Finalmente, la calle.

Cómo llegó aquel hombre a aquel proceso de degradación, es algo difícil de explicar, entre otras cosas porque nadie le preguntó nunca, al parecer, qué le pasaba, cómo se sentía. La teoría de López Canales es que se flagelaba con la idea de no haber cumplido su sueño, de no haber llegado a ser el guitarrista que esperaba. No podía regresar a Japón bajo aquella humillación, con su honor mancillado. “En cierto modo, es la historia de una obsesión y de la noción de éxito o fracaso, que cada cual ve a su manera. El flamenco fue una pasión que se le fue de las manos”, apunta el periodista.

Incluso dejó de frecuentar a Serranito, quizá por la vergüenza de mostrarse como un sintecho ante los que consideraba su verdadera familia española. Cuando alguien le sugería que podía vender algunas de sus guitarras, guardadas en casas de amigos o en guitarrerías de confianza, decía que jamás haría tal cosa, porque el instrumento podría convertirse en tigre y devorarlo.

López Canales no ha querido indagar en las causas de la muerte de Yamada. La vida en la calle, la malnutrición, la melancolía, todo conspiró contra aquel aficionado. “Es la historia de un héroe caído, de un devoto, de un perdedor. Alguien atrapado entre dos mundos, el flamenco y la cultura samurai, de la que decía venir. No pudo, o no quiso, salir de ahí”. 

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