luns, 15 de maio de 2023

La maldición del segundón en la realeza

Uno de los momentos estelares del libro de memorias del príncipe Enrique ocurre durante unas Navidades familiares en Windsor. Entre el alud de obsequios apilados sobre una inmensa mesa de caoba ―con abundancia de colonia Floris, suéteres de cachemira de Harrod’s y videojuegos bélicos y de la Fifa―, Enrique se topa con un bolígrafo. Hay un momento de desdén y desconcierto. ¿Un bolígrafo? ¿A mí? A continuación, descubre quién se lo remite: su tía abuela Margo, la princesa Margarita, hermana de la reina Isabel II; la pariente segundona, díscola y disoluta; desgraciada en el amor (la soberana y la casa real le prohibieron casarse con Peter Townsend, el piloto de la RAF divorciado al que amaba), amiga de los Stones, habitual del Soho londinense, bebedora de cócteles y fumadora incansable, que pasó los últimos años de su vida tostándose al sol y deambulando por las costas de Mustique, una paradisiaca microisla de las Antillas. Cuando Enrique ve que es un regalo de Margo, frena, reflexiona y piensa que le hubiera gustado conocerla mejor. Que tienen mucho que ver. Se parecen más de lo que en un principio podrían pensar. Son segundones. Margarita morirá unos meses más tarde.

Margarita y Enrique de Inglaterra personifican a la perfección la figura del segundón propia de la aristocracia y, más allá, estructural en las monarquías, reinen o estén destronadas. El primogénito, mejor educado, contemplado y cuidado, se lo lleva todo. Será el rey. Es la ley. Los títulos y las haciendas. Para el segundo, nada. A lo sumo, una carrera militar, eclesiástica, diplomática o una buena boda con algún miembro de la burguesía pudiente. El segundón, desde que tiene uso de razón, destila su rencor hasta el final. De ahí los martinis y la marihuana. Como Enrique. Como Margo. [...]

Jesús Rodríguez en EP (14.05.2023)

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