luns, 27 de febreiro de 2023

Roberto Ferri: Aquiles


183 Díjole la veloz Iris, de pies ligeros como el viento: «Me manda Juno, la ilustre esposa de Júpiter, sin que lo sepan el excelso Saturnio ni los demás dioses inmortales que habitan el nevado Olimpo.»

187 Replicóle Aquiles, el de los pies ligeros: «¿Cómo puedo ir á la batalla? Los teucros tienen mis armas, y mi madre no me permite entrar en combate hasta que con estos ojos la vea volver, pues aseguró que me traería una hermosa armadura fabricada por Vulcano. Y en tanto, no sé de cuál guerrero podría vestir las armas, á no ser que tomase el escudo de Ayax Telamonio; pero creo que éste se encuentra entre los combatientes delanteros y pelea con la lanza por el cadáver de Patroclo.»

196 Contestóle la veloz Iris, de pies ligeros como el viento: «Bien sabemos nosotros que aquéllos tienen tu magnífica armadura; pero muéstrate á los teucros en la orilla del foso para que, temiéndote, cesen de pelear; los belicosos aqueos, que tan abatidos están, se reanimen, y la batalla tenga su tregua, aunque sea por breve tiempo.»

202 En diciendo esto, fuése Iris, ligera de pies. Aquiles, caro á Júpiter, se levantó, y Minerva cubrióle los fornidos hombros con la égida floqueada y circundóle la cabeza con áurea nube, en la cual ardía resplandeciente llama. Como se ve desde lejos el humo que saliendo de una isla donde se halla una ciudad sitiada por los enemigos, llega al éter, cuando sus habitantes, después de combatir todo el día en horrenda batalla, al ponerse el sol encienden muchos fuegos, cuyo resplandor sube á lo alto, para que los vecinos los vean, se embarquen y les libren del apuro; de igual modo el resplandor de la cabeza de Aquiles llegaba al éter. Y acercándose á la orilla del foso, fuera de la muralla, se detuvo, sin mezclarse con los aqueos, porque respetaba el prudente mandato de su madre. Allí dió recias voces y á alguna distancia Palas Minerva vociferó también y suscitó un inmenso tumulto entre los teucros. Como se oye la voz sonora de la trompeta cuando vienen á cercar la ciudad enemigos que la vida quitan; tan sonora fué entonces la voz del Eácida. Cuando se dejó oir la voz de bronce del héroe, á todos se les conturbó el corazón, y los caballos, de hermosas crines, volvíanse hacia atrás con los carros porque en su ánimo presentían desgracias. Los aurigas se quedaron atónitos al ver el terrible é incesante fuego que en la cabeza del magnánimo Pelida hacía arder Minerva, la diosa de los brillantes ojos. Tres veces el divino Aquiles gritó á orillas del foso, y tres veces se turbaron los troyanos y sus ínclitos auxiliares; y doce de los más valientes guerreros murieron atropellados por sus carros y heridos por sus propias lanzas. Y los aqueos, muy alegres, sacaron á Patroclo fuera del alcance de los tiros y colocáronlo en un lecho. Los amigos le rodearon llorosos, y con ellos iba Aquiles, el de los pies ligeros, derramando ardientes lágrimas, desde que vió al fiel compañero desgarrado por el agudo bronce y tendido en el féretro. Habíale mandado á la batalla con su carro y sus corceles, y ya no podía recibirle, porque de ella no tornaba vivo.

239 Juno veneranda, la de los grandes ojos, obligó al Sol infatigable á hundirse, mal de su grado, en la corriente del Océano. Y una vez puesto, los divinos aqueos suspendieron la enconada pelea y el general combate.


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