venres, 16 de decembro de 2022

Francisco Umbral sobre Cunqueiro (1987)

Obispo de plata y olvido, padre gordo de mis almuerzos célebres, cuerpo de sochantre con un alma de bardo atlántico que le cantaba dentro. Trombón mayor de la prosa y el verso galaicos, contrapunto obeso de la gaita y de la flauta, que de pronto empezaba a parir en sus versos gaiteros y flautistas. Incomprensible y comprensivo Álvaro, mi provinciano genial en Madrid, a quien sólo Amancio Prada ha entendido como generador de pentagramas que sólo están, escritos a pulso, en el aire/mar (airemar) de Galicia.

Así las cosas, siempre que quedábamos para comer, Cunqueiro invitaba a un ángel, y el ángel comía poco, ésa es la verdad, pero Cunqueiro le interpelaba como si en realidad estuviese allí, Casa Guría, calle de las Huertas, Madrid. No sé qué decir de aquel cruce de arcángel y cardenal que fue Cunqueiro. Los cardenales son unos ángeles que se frustran por impacientes. Prefieren los poderes terrenales de Anthony Burguess. Los ángeles son los atletas de Dios, unos seres teológicos en las listas del paro, que nunca llegarán a cardenales. Cunqueiro vivía por dentro toda esa revolución menos social que teológica, alimentaba a sus ángeles interiores con setas de Mondoñedo y guisaba él solo para todo el santoral y todas las putas que llevaba en el alma. Dejó dichas cosas que son música, y así las ha puesto Amancio. Islas donde celebrarle.
El era una isla humana pobladísima de imaginación. Nuestra fiesta ocurre dentro del mapa mágico que él era. Y la lengua galaica con que la rozara, al paso, Rosalía.

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A música calada, a soedade sonora