xoves, 3 de novembro de 2022

Hallada la tumba perdida de Mercedes Roca, poema de piedra de Juan Ramón Jiménez

[...] “¡Es la única tumba rosa que he visto en este cementerio!”, exclama [Javier Bandrés, un profesor universitario] señalando un sepulcro rosáceo que desentona en el laberinto gris en el que están enterrados millones de muertos. En la lápida hay un nombre sin apellidos, Mercedes, y una fecha: el 11 de agosto de 1903. Es la tumba perdida de Mercedes Roca, un auténtico poema de piedra concebido por el poeta Juan Ramón Jiménez.

Mercedes Roca fue una adinerada mujer valenciana que se mudó a Madrid en marzo de 1887, tras casarse con el neurólogo Luis Simarro, un hombre que provocó dos premios Nobel sin salir de casa. El médico Santiago Ramón y Cajal cuenta en sus memorias que “allá por el año de 1887″ visitó la vivienda de Simarro en Madrid y allí aprendió a teñir células, lo que le permitió descubrir que el cerebro humano está organizado en neuronas individuales, “las mariposas del alma”. Cajal ganó por ello el Nobel de Medicina en 1906. Aquella casa mítica de Luis Simarro y Mercedes Roca, en la que cambió la historia de la ciencia, acoge hoy el popular restaurante Válgame Dios, en el barrio de Chueca. [...]

Mercedes Roca y Luis Simarro adoptaron a Juan Ramón como si fuera el hijo que nunca tuvieron. El neurólogo le enseñó inglés y alemán. Le leía obras de Voltaire, Kant, Nietzsche, Schopenhauer y otros pensadores europeos. Y le presentó a sus amigos intelectuales, como el pintor Joaquín Sorolla. Así se forjó el estilo del hombre que acabaría ganando el Nobel de Literatura en 1956. Cuando el poeta tenía una crisis depresiva, la propia Mercedes Roca iba a menudo a cuidarlo con mimo, hasta que fue ella la que cayó enferma. Roca murió en 1903 por un cáncer de hígado. Juan Ramón, que entonces tenía 21 años, se ocupó de idear su tumba como si fuera un poema. [...]

Bajo la lápida de piedra rosácea, el poeta concibió unos insólitos agujeros por los que, hace más de un siglo, brotaban ramas de hiedra y madreselva desde el interior de la tumba. Hoy solo quedan, aplastados por la losa, retorcidos troncos secos. Juan Ramón tenía “un horror instintivo” a la Iglesia, como el protagonista de su obra Platero y yo, así que prescindió de la cruz cristiana. La lápida, con una tipografía romana clásica, recuerda a las portadas de sus libros de entonces, como Arias tristes. Y, agudizando la vista, bajo el nombre de Mercedes y el año 1903, se observa una especie de caracola —un símbolo habitual del modernismo, aunque podría ser un fósil fortuito en la piedra— y un dibujo similar a una cápsula de adormidera, la planta de la que se extrae el opio. Juan Ramón era adicto por entonces a este narcótico, “amargo y exquisito”.


Bandrés cree que la familia de Mercedes Roca dejó de visitar el sepulcro tras el inicio de la Guerra Civil y nadie volvió jamás. El propio Juan Ramón huyó de España en 1937 y no regresó: murió en el exilio dos décadas después en Puerto Rico. Bandrés, director del Legado Luis Simarro en la Complutense, ha encontrado la tumba gracias a la perseverancia de una administrativa del cementerio, Paloma García Zúñiga, porque un funcionario apuntó mal en su día los apellidos de la fallecida en el registro. El sepulcro está en el Cuartel 58 D Manzana 43.

Artigo completo de Manuel Ansede, aquí

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