martes, 6 de setembro de 2022

O Mosaico de Nigrán

 Más allá de las enciclopedias Salvat o Espasa, en Vigo y alrededores los niños del baby boom de los setenta mataban muchas horas muertas contemplando las fotos en blanco y negro de un libro gordo con tapas verdosas. Vigo en su historia, editado por la caja de ahorros municipal que ya no existe (pero cuyo reloj sigue despertando y acostando a la ciudad al son de la Alborada de Veiga y la Negra Sombra), era la lectura favorita de Gonzalo Fernández-Turégano. Aquel crío de la cosecha del 76 que ahora es abogado, ejecutivo de banca y amante del arte afincado en Madrid, solía entretenerse en casa de sus tíos pasando las hojas de este volumen de 676 páginas; pero una y otra vez quedaba estancado, o más bien hechizado, entre la 49 y la 53. Ahí era donde le esperaban siempre un mújol y un par de almejas trazadas con teselas que hoy sabe que son de colores. Los animales flotaban sobre un fondo oceánico representado con moscas de agua, el mismo símbolo (líneas superpuestas, rematadas con una especie de bigote) hallado en otros mosaicos ibéricos de temática marina. El texto que acompañaba en el libro la imagen del Mosaico Romano de Panxón (Nigrán, Pontevedra) recogía explicaciones del arqueólogo Fernando Acuña Castroviejo, que había investigado el origen de la pieza.

Según el especialista, en una fecha anterior a 1850 la familia Puga de Nigrán había descubierto casualmente este vestigio del siglo III durante unas obras en su parcela al borde del mar; el mosaico era mucho mayor, pero los Puga salvaron de la destrucción un solo fragmento, encargando una mesa de tijera, al estilo romano, para encastrarlo; luego vendieron el mueble a un gran coleccionista de Tui, Ricardo Blanco Cicerón; y más de un siglo después, en el año 2000, la pieza reaparecía en Castellana Subastas (Madrid). La compraba por algo menos de dos millones de pesetas un pujador danés y, en 2012, el mosaico ya había cruzado el Atlántico desde Londres y estaba en la galería de antigüedades neoyorquina Carlton Hobbs. Pero en su lugar de origen se le había perdido la pista. Hasta que en 2018, buceando en catálogos de casas de arte en internet, a Fernández-Turégano le vinieron a saludar a la pantalla aquel pez tan serio y las almejas del libro de su infancia.

“Lo vi por casualidad, estaba en venta”, cuenta el redescubridor de esta joya. “En un viaje a Nueva York quedé con Carlton Hobbs para ir a verlo. No tenía ni idea del origen, aunque el entonces conservador de arte romano del Metropolitan Museum, Carlos Picón, lo había identificado como un mosaico lusitano del siglo III. Le comenté que me interesaba repatriarlo, y me dijo que si era para exponer estaba dispuesto a rebajar el precio, de 75.000 a 58.000 dólares″.

Fue después cuando un grupo de vecinos y personas afectivamente vinculadas a Nigrán —un paraíso marinero al sur de Vigo que desde hace medio siglo se mece en brazos de la presión turística y residencial— constituyeron la Asociación para la Repatriación del Mosaico Romano de Panxón. Fernández-Turégano es vicepresidente primero; su tía, la médica jubilada Pilar Pérez Saavedra, presidenta; y el profesor de Historia de la ESO Gustavo Pascual, vicepresidente segundo. Pero además, entre los promotores del rescate del mosaico hay navegantes como Diego Torrado, gestores culturales o surfistas profesionales como Gony Zubizarreta. En octubre de 2020, este colectivo ciudadano firmó un acuerdo de reserva con la gerente de Carlton Hobbs, Stefanie Rinza, y el marchante especializado en mobiliario de la aristocracia europea de los siglos XVII, XVIII y XIX. Durante dos años, es decir, hasta el próximo octubre, los galeristas se comprometían a no vender el mosaico gallego a nadie y daban margen a la asociación para recaudar fondos. [...]

Un manuscrito del siglo XIX citado por Acuña Castroviejo afirmaba que el mosaico de Panxón era mucho más grande. El fragmento conservado (un cuadrado de 85 centímetros de lado) es solo una esquina de una escena en la que, según ese texto, había también una especie de fuertes o “castillos” y unos “muñecos”. Pero como el mosaico estaba “tirado”, decía, todo aquello se rompió. En el lugar del hallazgo, un idílico peñón rocoso batido por las olas que separa dos playas y cierra el puerto de Panxón, nunca se llegó a excavar para confirmar lo que el topónimo de aquel enclave, O Castro, se empeña en desvelar. Al contrario, a pesar del mosaico descubierto y del foso defensivo que se intuye donde ahora prospera la hierba de la Pampa, el lugar de pasado castreño y romano, catalogado por la Xunta, quedó encorsetado por edificios, un náutico y un espigón de cemento.

A pocos metros de O Castro afloraron, también fortuitamente, un taller de alfarería romano, un ara dedicada a Mercurio, dios del comercio, y anforetas que salieron a flote enganchadas en artes de pesca. El mosaico se vincula con alguna instalación relacionada con el agua dentro de una supuesta villa romana o una explotación de los recursos del mar. “Panxón no resistió los embates del crecimiento urbano y su acrópolis fue alterada por las construcciones”, lamenta Gustavo Pascual en el informe sobre el mosaico romano que publica la web de la asociación. “La presión urbanística en la comarca y en general en las Rías Baixas ha sido tan fuerte que ha afectado a los espacios naturales y a muchos yacimientos arqueológicos”. Esta fue la regla general en la costa de Nigrán, que a partir de los años setenta vio cómo las casas de veraneo y las calles se tragaban el sistema dunar de Praia América, y cómo muchos vestigios del pasado se silenciaban bajo los cimientos de los chalés de lujo.

Artigo de Silvia R. Pontevedra en EP (06.09.2022), aquí

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