sábado, 17 de setembro de 2022

Jacinto Antón: "Cuando vienen a por ti los troles de Mordor"

[...] El propio Tolkien (1892-1973) se movía en un mundo de hombres (lo cuenta su biógrafo Humphrey Carter, J. R. R. Tolkien, una biografía, Minotauro, 1990). Para él —hijo de su época—, lo natural era que el universo masculino y el femenino estuvieran separados, ellas en el ámbito doméstico o como mucho en el de “los misterios de la Bona Dea”, como decía C. S. Lewis. Los Inklings eran todos varones y en ese tipo de grupos las mujeres estaban excluidas. Tolkien había vivido además la intensa experiencia del frente en la Primera Guerra Mundial, en el Somme, caracterizada por la camaradería masculina (uno de los leitmotiv de El señor de los anillos). Es cierto que una de las historias más recordadas del escritor es la del mortal Beren y su amor por la bella elfa inmortal Lúthien (en la lápida en la tumba de Tolkien y su esposa Edith figuran los nombres de los dos personajes, identificados con ellos), pero eso apunta a una idea romántica e idealizada de la mujer y del amor que no está reñida con una discriminación en la práctica. En sus cartas, recogidas por el propio Carter, Tolkien señala que no cree en la amistad entre hombres y mujeres. [...]

Otra característica del escritor que se suele pasar por alto es que tenía un compromiso total con el cristianismo y con la Iglesia Católica: su sentimiento religioso, teñido de angustia o dicha según las circunstancias, empapa su obra (véanse los reveladores textos al respecto en J.R.R. Tolkien, Señor de la Tierra Media, Minotauro, 2001, i.e. El señor de los anillos, una perspectiva católica, de Charles A. Coulombe, o La pasión según Tolkien, de Sean McGrath). Y muchos de sus temas como el Mal, la luz espiritual, la caída, la tentación, la carga o la vida eterna, por no hablar de la resurrección de Gandalf, emanan de una profunda conciencia religiosa. Tolkien era de comunión diaria (siempre previa confesión) y partidario de la misa en latín (es lo que tiene conocer lenguas), aunque probablemente la habría preferido en quenya o sindarin.

Dicho todo esto, que no tiene por qué afectar a la lectura de algo tan magnífico como El señor de los anillos, hay que recordar que Tolkien es un tipo que deslumbró a Auden (escuchándole en directo declamar su traducción del Beowulf: la ha publicado Minotauro), que dijo cosas tan hermosas como que “un dragón no es una fantasía ociosa” (algo en lo que estará de acuerdo George R. R. Martin, que tanto le debe) y que nos ha llevado a alturas excelsas de emoción y sentimiento. [...]

Pero lo que ha permanecido imborrable en mi memoria de aquel tiempo es la sensación de sentarme en sofá chester de mi abuelo cuando en casa dormían, poner en el tocadiscos la Quinta de Mahler, abrir El señor de los anillos y sumergirme en ese arrebatador mundo de épica melancolía y de esplendorosa oscuridad, donde la aventura y hasta la victoria sobre el Mal se tiñen del sino irremediable de que todo, el heroísmo, las espadas, los anillos, los elfos, la amistad, el amor y la juventud, está inexorablemente condenado a desaparecer. “¿Dónde están el yelmo y la coraza, y los luminosos cabellos flotantes?, / ¿dónde están la primavera y la cosecha y la espiga alta que crece? / Han pasado como una lluvia en la montaña, como un viento en el prado; / los días han descendido en el oeste en la sombra de detrás de las colinas. / ¿Quién recogerá el humo de la ardiente madera muerta, o verá los años fugitivos que vuelven del Mar?”. Ah, Tolkien, Tolkien...

Artigo completo de Jacinto Antón en EP (17.09.2022)

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