domingo, 24 de xullo de 2022

Jabois entrevista a Blanca Andreu: "Me halaga que me crean muerta"

Pocos años antes de morir, la madre de la poeta Blanca Andreu (A Coruña, 62 años) le preguntó a su hija por una foto que Andreu estaba ampliando a toda pantalla en su ordenador. “¿Quién es esa chica tan fea?”, preguntó. Era ella, la propia Blanca Andreu. “Pero tenía razón: la foto era espeluznante”, dice. Se disculpa por no acceder a ser fotografiada. “De ninguna manera, no insistas”. No por fea, como dijo su madre al fin y al cabo por una mala foto. Pero triunfó a los 20 años, su cara salió en todos los medios, la conoció todo el mundo en su esplendor, y el tiempo ha pasado. “No me obsesiona la pérdida de la juventud o de la belleza, yo por dentro tengo 17 años. Pero vamos, que no quiero foto, de ninguna manera”.

Este artículo, escrito tras dos semanas de conversaciones telefónicas con Blanca Andreu, tiene muchas aristas. Relacionadas con su escasísima obra a cuentagotas que, desde su primer libro, ha convertido a Andreu en una de las poetas más importantes y reverenciadas en español, cuyos dos últimos poemarios son de 2001 y 2010 (“uno de ellos fallido, lo hice por la pasta de un premio”). Relacionadas con su profunda cultura y su manera de entender el arte (“creo en la musa, no en la poesía de abierto 24 horas, como los de la poesía de la experiencia de Luis García Montero”). Relacionadas con el amor y el luto tras su matrimonio con Juan Benet, probablemente el novelista español más influyente de la segunda mitad del siglo XX. Y unas aristas relacionadas, por último, con la soledad y el ostracismo voluntario de una chica que revolucionó la literatura en los años ochenta y hoy vive en una pequeña casita junto al mar, en Orihuela, retirada de cualquier vida pública: “Hace muchos años me llamó una periodista catalana y me confesó que sus amigos creían que estaba muerta. Me sentí halagadísima. Creo que no hay mayor elogio para un poeta”. De fondo, cuando habla, se escuchan el mar y los ladridos de su perro, Kimball O’Hara, nombre completo del protagonista de la novela de Rudyard Kipling Kim.

La fama de Blanca Andreu estalla en 1980. Un día, en época de exámenes, Andreu, estudiante gallega de segundo curso de Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, tiró a la papelera todos los poemas que había escrito en las últimas semanas. Estaba exhausta. No había estudiado nada, y su obra la veía “horrorosa”. Un amigo suyo (¿Francisco Umbral? “Prefiero no decir el nombre de ese amigo”) pidió permiso para cogerlos y leerlos. La chica, pálida, delgada y guapa, le dijo que hiciese lo que le diese la gana. Ese amigo leyó deslumbrado los poemas, los ordenó y les puso un título, De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, para enviarlos a espaldas de su autora a uno de los premios de poesía en castellano más prestigiosos del mundo, el Adonáis, de Ediciones Rialp. Un miembro del jurado llegó a pedir que se retirase el poemario del concurso porque estaba hecho “una porquería”, según le contaron a la propia autora, “con manchas de café y de todo”. Pero al final, Luis Jiménez Martos, José García Nieto, Claudio Rodríguez, Rafael Morales y Rafael García García le dieron el premio por ser “audaz, muy imaginativa en la palabra, valiente en el lenguaje y creadora de un mundo poético que parece pertenecerle a ella sola”. El poemario exhibe un surrealismo desatado e insólito en España entonces. Más de 40 años después, está considerado como uno de los libros capitales de la poesía en español.

Así fue como Blanca Andreu se vio a los 20 años en la cima de un mundo al que se había consagrado desde adolescente, al punto de enfadarse cuando a otros les gustaban los mismos poemas, o los mismos autores, que a ella. “Me sigue pasando”, dice. “El otro día vi a una petarda en una red social colgando un pasaje que me encanta de Virginia Woolf y diciendo que se parecía a lo que escribía ella, y yo pensé: ‘A ti te deberían hacer un test antes de venderte un libro de Virginia Woolf”. De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall convirtió a su autora en una estrella. Periódicos, televisiones, tertulias literarias: todo el mundo quería conocer a la magnética Blanca Andreu. José Hierro le dijo que ya podía dormirse en los laureles, “total, siempre te van a decir que como el primero, ninguno”. “Amor entre la gracia y el crimen, / como medio cristal y media viña blanca, / como vena furtiva de paloma: / sangre de ciervo antiguo que perfume / las cerraduras de la muerte”, escribe en ese libro.

“A mí el título, cuando lo vi, me dio vergüenza. ¿Una niña de provincias? Yo tenía 20 años, ya era una señora”. El título se debe a que ella, cuando vivía en la calle Diego de León de Madrid, iba mucho a las exposiciones de la Fundación March, y allí compraba cartelería. Por ejemplo, un cartel con un cuadro del pintor Marc Chagall que tenía colgado en el saloncito de aquel piso. El éxito, dice, reventó su vida. Para bien y para mal. “Yo no sabía que la gloria era dar la cara”, lamenta.

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