martes, 27 de abril de 2021

García Márquez: Cien años de soledad

 Aureliano Buendía y Remedios Moscote se casaron un domingo de marzo ante el altar que el padre Nicanor Reyna hizo construir en la sala de visitas. Fue la culminación de cuatro semanas de sobresaltos en casa de los Moscote, pues la pequeña Remedios llegó a la pubertad antes de superar los hábitos de la infancia.

A pesar que la madre la había aleccionado sobre los cambios de la adolescencia, una tarde de febrero irrumpió dando gritos de alarma en la sala donde sus hermanas estaban conversando con Aureliano, y les mostró el calzón de una pasta achocolatada. Se fijó un mes para la boda. Apenas si hubo tiempo de enseñarle a lavarse, a vestirse sola, a comprender los asuntos elementales de un hogar.

La pusieron a orinar en ladrillos calientes para corregirle el hábito de mojar la cama. Costó trabajo convencerla de la inviolabilidad del secreto conyugal, porque Remedios estaba tan aturdida y al mismo tiempo tan maravillada con la revelación, que quería comentar con todo el mundo los pormenores de la noche de boda. Fue un esfuerzo agotador, pero la fecha prevista para la ceremonia la niña era tan diestra en las cosas del mundo como cualquiera de sus hermanas.

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A música calada, a soedade sonora