domingo, 2 de febreiro de 2020

Candelaria

El dos de febrero es la Candelaria, y acontece que sea día claro, soleado, como si calentasen ese día las candelas de la Purificación; algo parecido al veranillo de San Martín, que ya se sabe que se nos mandó en memoria de la capa que Marín partió con el mendigo. En la literatura gallega medieval hay una hermosa canción, una pequeña obra maestra, que escribió un tal Pedro de Viviaez. Me gustaría que el trvador fuese paisano mío, lucense de nación, de San Esteban de Camoira, como imagina José María Álvarez Blázquez. Y habría que poner su nombre en el catálogo de los poetas provinciales, con Pedro de Ver, Lopo -que cantó la romería del Santo Etuelo, que acaso sea San Letuer de Miraz, en Friol-, Pedro de Armea, Xohán de Requeixo... La cantiga de Pedro de Viviaez se refiere a una romería el día de la Candelaria, en San Simón de Valdeprados. Mientras las madres queman candelas en la iglesia, en el atrio bailan las hijas delante de sus amigos: 

Nosos amigos todos lá irán / por nos ver, e andaremos nós / bailando ante eles, fermosas, en cós / e nosas madres, pois alá van, / queimen candeas por nós e por si /e nós, meniñas, bailaremos i.

 Será mediodía, en esa ermita de San Simón. El sol habrá roto el velo de la niebla. Las amarillas prímulas asomarán sus cinco pétalos entre la hierba húmeda todavía del matinal rocío. Las mozas bailarán "tellán" y "mourisco", cogidas de la mano. Habrá gaita, clara como un gallo al alba. Para encontrar algo con que comparar el oro pálido de que se viste la mañana, habrá que recurrir a esos países de la porcelana china, que vienen como poemas en Lacaste y en Gillet: "cuando la nieve levanta en Hsiao y luce el sol, y una dama le muda el agua a un pájaro encerrado en una jaula de mimbre pintado de verde". Y todavía no sería tan hermoso, como en los versos la cantiga de Pedro de Viviaez, ese San Simón de Valdeprados el día de las Candelas; las mozas bailarinas, también risueñas todas candelillas...

Álvaro Cunqueiro: "Vísperas de febrero", in O país da chuvia (p.326)

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A música calada, a soedade sonora