xoves, 7 de novembro de 2019

Lawrence Schimel: Cuidador de mascotas

Florian Hetz: Pierre

  Hay que girar la llave hasta coger el punto exacto, pero al final consigo abrir la puerta. Uno de los gatos me está esperando justo al otro lado del rellano, pero al ver que soy yo y no mi amiga, su ama, se da la vuelta y desaparece por el piso.

  Entro y cierro. Dejo mis cosas en la mesa del recibidor.
Me siento raro, como si estuviera haciendo algo ilícito.
  Pongo más comida seca en su cuenco, les cambio el agua, limpio la bandeja de arena que está en el baño.
  Mi amiga me ha pedido que también les dé cariño —esa es la parte que me hace sentir más extraño—. Me siento en
su cama, imaginando que vendrán. Supongo que se tomarán su tiempo. Mientras espero, echo un vistazo a la habitación. Tiene una cesta para la ropa sucia, y encima hay unos calzoncillos. Son de su novio, con quien está ahora de viaje en Palencia para pasar la Semana Santa con sus padres. Los gatos no acuden. Me pongo de pie y me acerco a la cesta.
  Cojo los calzoncillos, me los llevo a la nariz: sí, aún huelen a él. Ese olor agradable del sudor dulce de los huevos.
  Tengo la polla tiesa. Inhalo de nuevo, tocándome el paquete.
  Cuando abro los ojos, los dos gatos están delante, mirándome.
  Menos mal que no podrán contarle nada a mi amiga.

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