Luego debe atrapar, sin falta, una calavera que el instructor le arroja desde la copa de un tricornio.
Debe matar a su mejor amigo para demostrar que ha borrado todo vestigio de sentimento. Debe firmar un documento con sangre de sus propias venas.
Y debe desenterrar el cadáver de un varón cristiano recientemente sepultado, y arrancarle la piel del pecho. Una vez curada y seca, la cose a un "chaleco de ladrón". La grasa humana que sigue adherida a la piel le confiere una suave fosforescencia que alumbra las expediciones nocturnas del miembro de la secta.
Bruce Chatwin: En la Patagonia (cap. 52)
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