martes, 16 de outubro de 2018

Enric González: Toshers de Londres

Durante siglos, hasta mediados del XIX, sólo los toshers conocían el mundo subterráneo [de Londres]. Quienes trabajaban en el alcantarillado limitaban sus movimientos a una pequeña área de laberinto, para no extraviarse y morir. Los toshers estaban dispuestos a correr el riesgo, recorrían durante toda su vida las catacumbas, las cloacas, las grutas, los ríos negros, y los más destacados de entre ellos presumían de conocer secretos que la humanidad ignoraba.

En London's Underworld, uno de los tomos de su enciclopédico testimonio sobre la pobreza y la delincuencia en el Londres victoriano, Henry Mayhew explica que los toshers se consideraban a sí mismos una raza superior, una élite proletaria que trabajaba por cuenta propia y que, en algunos casos, hacía fortuna:

"Muchas personas se introducen por las aberturas del alcantarillado en los bancos del Támesis cuando la marea está baja, armados con palos para defenderse de las ratas. Llevan una linterna para iluminar los tétricos pasajes y recorren millas bajo las concurridas calles en busca de los tesoros que caen desde arriba. Difícilmente puede concebirse una búsqueda más deprimente.

Muchos han caído en esos peregrinajes y no se ha sabido más de ellos; algunos se intoxican con los vapores venenosos, o se hunden en el cieno, o son presa de una banda de ratas voraces, o son sorprendidos por un súbito aumento de las corrientes."

Los toshers eran maestros en el conocimiento del complejo mecanismo de las mareas internas de la ciudad, y sabían orientarse en el laberinto subterráneo. Jamás revelaban sus conocimientos: para convertirse en tosher había que iniciarse desde niño y seguir a un veterano hasta ser capaz de orientarse solo y sobrevivir. El oficio de tosher no se enseñaba, se aprendía. Cada uno de ellos tenía en la memoria su propio manual, personal e intransferible.

Buscaban cualquier cosa: monedas, joyas, frascos, pedazos de metal. El gran tesoro, [...] era el tosherrom: un montón de monedas de cobre y plata, unidas en una especie de bola tras siglos de humedad y podredumbre.

Los toshers desaparecieron a mediados del s.  XIX, cuando las desembocaduras fluviales de las cloacas fueron cerradas con rejas y el gobierno ordenó la elaboración de planos de aquel mundo hasta entonces ignorado.

 Enric González: Historias de Londres (1999)

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