venres, 12 de outubro de 2018

Álvaro Cunqueiro: "Noticias con gallina dentro"

Javier Mayoral:Chickens, roosters, and cocks (2017)

 Esta es una historia, y otra la de Melzburgo, famosa abadía de damas nobles, con abadesa mitrada y las madres probando veinticuatro apellidos de nobleza. Había en la abadía una raza de gallinas, plumaje cobrizo, muy calzadas en blanco y colipavas y buenas ponedoras; decían que las trajera el Turco cuando vino por Viena, y le dieron los imperiales con las puertas y el Danubio en las narices. De Melzburgo eran los huevos hilados, que las damas mandaban a Viena, y los más de los platos montados, ya imitando montañas, ya la gruta de Belén, ya Viena con sus puentes, ya la Ópera representándose Las bodas de Fígaro de Mozart, y todo en huevo hilado, y debajo una caja de música, con toda la gracia mozartiana. Pues bien, y abreviando: un día las gallinas de Melzburgo dejaron de poner. Se acostaron en un rincón, metieron la cabeza bajo el ala, y ni comían, ni ponían, ni cacareaban. Se dejaban morir, aburridas, en una esquina del corral. De Viena pedían Sus Majestades Apostólicas -debía ser María Teresa o José I quien reinaba-, fuentes de huevos hilados, y la abadesa, que era Su Alteza Carolina de Módena, tenía que escribir que había huelga de gallinas. Por fin un día, la noble dama decidió sermonear a las gallinas:

- Amigas, les dijo, ¿de qué os quejáis? Vivís entre damas de la más alta nobleza, y sois las más nobles gallinas de Austria y del Imperio todo. Nobleza es servidumbre: vuestra obligación es poner huevos para que nosotras podamos hilarlos y landarlos a Viena, donde está nuestro Emperador y el vuestro. Si tenéis alguna queja grave, dádmela por escrito.

Las gallinas se sometieron y se pusieron a poner, y hubo de nuevo huevos hilados en Schoenbrunn. Lo que no se sabe es la queja que tenían las gallinas, porque tenían que decirla por escrito, y ninguna gallina, hasta la fecha, supo leer y escribir... Cuando las guerras napoleónicas, los franchites comieron las gallinas de Melzburgo, y allí hubo fin la aristocrática raza. Nunca se sabrá pues, de qué se quejaban las gallinas de espléndido color de cobre, la cola pavisana, de calza blanca, de discreto cacareo, acaso de la escuela de la alegre y confiada ciudad de Viena.

in O reino da chuvia (p.420)

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