mércores, 19 de setembro de 2018

Ylla




 Tenía el planeta Marte, a orillas de un mar seco, una casa de columnas de cristal, y todas las mañanas se podía ver a la señora K mientras comía la fruta dorada que brotaba de las paredes de cristal, o mientras limpiaba la casa con puñados de un polvo magnético que recogía la suciedad y luego se dispersaba en el viento cálido. 

A la tarde, cuando el mar fósil  yacía inmóbil y tibio, se podía ver al señor K, en su cuarto, que leía un libro de metal con jeroglíficos en relieve sobre los que pasaba suavemente la mano, como quien toca el arpa. Y del libro, al contacto de los dedos, surgía un canto, una voz antigua y suave que hablaba del tiempo en que el mar bañaba las costas con vapores rojos y los hombres lanzaban al combate nubes de insectos metálicos y arañas eléctricas.
Ray BRADBURY: Crónicas marcianas (capítulo II)

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A música calada, a soedade sonora