martes, 9 de xaneiro de 2018

Chéviro (09.01.1983)

 Con la muerte del Chéviro, un viento de tristeza y melancolía apareció sobre la aldea, y la ciñó como un cinturón de cuerda basta, y el viento subía por las callejas de piedra mojada, y acariciaba puertas y ventanas con la misma indolencia con la que gemía el Chéviro se ha muerto, el Chéviro se ha muerto, y el viento traía el retrato del Chéviro en el aliento, el retrato de un Chéviro blanco y mojado, que se había ahogado en la acequia. Y en la acequia aún flotaba su olor y su cara, y de allí la agarraba el viento con los labios y la escupía sobre las casas de tejados de pizarra gris, y el gemido el Chéviro se ha muerto, el Chéviro se ha muerto, en el oído de todos, y todo miraban entonces al aire, y en él la cara de un muchacho que desapareció, oscuridades abajo, en la acequia, y que no fue hallado hasta el tercer día, con el pecho hinchado como una pelota y los puños cerrados, y desde aquel día el viento no cesaba de repetir que el Chéviro se ha muerto, y al viento no lo acallaba nadie, y el viento seguía y seguía repitiendo su canción hasta el hastío, y era una canción incesante y monótona el Chéviro se ha muerto, el Chéviro se ha muerto y, poco a poco, la aldea se fue haciendo pequeña y pequeña, se fue estrechando a la presión constatne del viento del Chéviro, del viento del pobrecillo tonto al que nadie entendía y al que, sólo por gastarle una broma, empezaron a llamarle Chéviro, y él se reía... 
Y la aldea se desmadejaba y de vaciaba como un gran hormiguero, y la gente se iba marchando, remordida y en silencio, y se iba perdiendo entre cientos de kilómetros y se iba olvidando de la aldea, y del viento, y del Chéviro que una vez se ahogara en la acequia, y el viento fue bajando su voz, hasta que logró meterse, dueño de todo, en las casas vacías, y el el molino, y en los almacenes y tiendas, y hasta en la iglesia. 

Los gitanos aún le pudieron oír repetir: El Chéviro se ha muerto, el Chéviro se ha muerto...

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A música calada, a soedade sonora