martes, 13 de xuño de 2017

Ilíada (XVIII): Aquiles lamenta la muerte de Patroclo

Exhalando profundos suspiros, contestó Aquiles, el de los pies ligeros: «¡Oh Madre! El Olímpico, efectivamente, lo ha cumplido; pero ¿qué placer puede producirme, muerto Patroclo, el fiel amigo á quien apreciaba sobre todos los compañeros y tanto como á mi propia cabeza? Lo he perdido, y Héctor, después de matarlo, le despojó de las armas prodigiosas, admirables, magníficas que los dioses regalaron á Peleo, como espléndido presente, el día en que te colocaron en el tálamo de un hombre mortal. Ojalá hubieras seguido habitando en el mar con las inmortales ninfas, y Peleo hubiese tomado esposa mortal. Mas no sucedió así, para que sea inmenso el dolor de tu alma cuando muera tu hijo, á quien ya no recibirás en tu casa, de vuelta de Troya; pues mi ánimo no me incita á vivir, ni á permanecer entre los hombres, si Héctor no pierde la vida, atravesado por mi lanza, y recibe de este modo la condigna pena por la muerte de Patroclo Menetíada.»

94 Respondióle Tetis, derramando lágrimas: «Breve será tu existencia, á juzgar por lo que dices; pues la muerte te aguarda así que Héctor perezca.»

97 Contestó muy afligido Aquiles, el de los pies ligeros: «Muera yo en el acto, ya que no pude socorrer al amigo cuando le mataron: ha perecido lejos de su país y sin tenerme al lado para que le librara de la desgracia. Ahora, puesto que no he de volver á la patria, ni he salvado á Patroclo ni á los muchos amigos que murieron á manos del divino Héctor, permanezco en las naves cual inútil peso de la tierra; siendo tal en la batalla como ninguno de los aqueos, de broncíneas lorigas, pues en la junta otros me superan. Ojalá pereciera la discordia para los dioses y para los hombres, y con ella la ira, que encruelece hasta al hombre sensato cuando más dulce que la miel se introduce en el pecho y va creciendo como el humo. Así me irritó el rey de hombres Agamenón. Pero dejemos lo pasado, aunque afligidos, pues es preciso refrenar el furor del pecho. Iré á buscar al matador del amigo querido, á Héctor; y sufriré la muerte cuando lo dispongan Júpiter y los demás dioses inmortales. Pues ni el fornido Hércules pudo librarse de ella, con ser carísimo al soberano Jove Saturnio, sino que el hado y la cólera funesta de Juno le hicieron sucumbir. Así yo, si he de tener igual suerte, yaceré en la tumba cuando muera; mas ahora ganaré gloriosa fama y haré que algunas de las matronas troyanas ó dardanias, de profundo seno, den fuertes suspiros y con las manos se enjuguen las lágrimas de sus tiernas mejillas. Sepan que hace días me abstengo de combatir. Y tú, aunque me ames, no me prohibas que pelee, pues no lograrás persuadirme.»

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