venres, 30 de xuño de 2017
Poema de Luísa Villalta
xoves, 29 de xuño de 2017
mércores, 28 de xuño de 2017
martes, 27 de xuño de 2017
venres, 23 de xuño de 2017
Pesos y medidas
Estudio fotográfico somático de niños y adolescentes iniciado en 1932 (por HR& LM Stolz) del proceso y la dinámica del crecimiento, repetido a intervalos durante un período de tiempo bajo los auspicios del Instituto de Bienestar Infantil de la Universidad de California y las escuelas públicas de Oakland.
xoves, 22 de xuño de 2017
Mariluz Ferreiro: "Pobre Cristiano"
La Voz de Galicia (21.07.2017)
martes, 20 de xuño de 2017
luns, 19 de xuño de 2017
domingo, 18 de xuño de 2017
martes, 13 de xuño de 2017
Ilíada (XVIII): Aquiles lamenta la muerte de Patroclo
Exhalando profundos suspiros, contestó Aquiles, el de los pies ligeros: «¡Oh Madre! El Olímpico, efectivamente, lo ha cumplido; pero ¿qué placer puede producirme, muerto Patroclo, el fiel amigo á quien apreciaba sobre todos los compañeros y tanto como á mi propia cabeza? Lo he perdido, y Héctor, después de matarlo, le despojó de las armas prodigiosas, admirables, magníficas que los dioses regalaron á Peleo, como espléndido presente, el día en que te colocaron en el tálamo de un hombre mortal. Ojalá hubieras seguido habitando en el mar con las inmortales ninfas, y Peleo hubiese tomado esposa mortal. Mas no sucedió así, para que sea inmenso el dolor de tu alma cuando muera tu hijo, á quien ya no recibirás en tu casa, de vuelta de Troya; pues mi ánimo no me incita á vivir, ni á permanecer entre los hombres, si Héctor no pierde la vida, atravesado por mi lanza, y recibe de este modo la condigna pena por la muerte de Patroclo Menetíada.»
94 Respondióle Tetis, derramando lágrimas: «Breve será tu existencia, á juzgar por lo que dices; pues la muerte te aguarda así que Héctor perezca.»
97 Contestó muy afligido Aquiles, el de los pies ligeros: «Muera yo en el acto, ya que no pude socorrer al amigo cuando le mataron: ha perecido lejos de su país y sin tenerme al lado para que le librara de la desgracia. Ahora, puesto que no he de volver á la patria, ni he salvado á Patroclo ni á los muchos amigos que murieron á manos del divino Héctor, permanezco en las naves cual inútil peso de la tierra; siendo tal en la batalla como ninguno de los aqueos, de broncíneas lorigas, pues en la junta otros me superan. Ojalá pereciera la discordia para los dioses y para los hombres, y con ella la ira, que encruelece hasta al hombre sensato cuando más dulce que la miel se introduce en el pecho y va creciendo como el humo. Así me irritó el rey de hombres Agamenón. Pero dejemos lo pasado, aunque afligidos, pues es preciso refrenar el furor del pecho. Iré á buscar al matador del amigo querido, á Héctor; y sufriré la muerte cuando lo dispongan Júpiter y los demás dioses inmortales. Pues ni el fornido Hércules pudo librarse de ella, con ser carísimo al soberano Jove Saturnio, sino que el hado y la cólera funesta de Juno le hicieron sucumbir. Así yo, si he de tener igual suerte, yaceré en la tumba cuando muera; mas ahora ganaré gloriosa fama y haré que algunas de las matronas troyanas ó dardanias, de profundo seno, den fuertes suspiros y con las manos se enjuguen las lágrimas de sus tiernas mejillas. Sepan que hace días me abstengo de combatir. Y tú, aunque me ames, no me prohibas que pelee, pues no lograrás persuadirme.»